jueves, 25 de octubre de 2007

Tránsitos (III)

Largo tiempo llevo en esta estación. El silencio, del que ya os hable, aun sigue inundandolo todo. Apenas se escucha un lejano latido.

Hace mucho que no pasa tren alguno. No entiendo el porque. Esta era una estación transitada no hace mucho. Solo pasaba un tren, pero lo hacia a diario, puntual y abarrotado. Cierto día comenzó a retrasarse, cierto día dejo de pasar. Desde entonces estoy aquí.

Intrigado por la ausencia de trenes me encamino hacia el final del anden. Una larga tarima de piedra, tan fría como manda la ausencia.

Muchos pasos después encuentro el final. No alcanzo a ver nada extraño. Bueno, nada mas extraño, que lo propiamente extraño de esta extraña situación. Pasados unos momentos de observación, alargo la vista en dirección a las vías, hasta que logro alcanzar la silueta de ¿Una persona?

Sorprendido. Me encamino raudo hacia allí.

Rápidamente doy alcance al desconocido. Observo lo que hace, y de aquí me explico la ausencia de los trenes.

De manera paulatina y meticulosa se dedica a cerrar con barreras cada una de las vías que dan acceso a la estación. En cada una el proceso es el mismo, lentamente desde uno de los lados baja una barra de solido metal. Una vez ha posado, se dirige al otro extremo y cierra un inmenso candado.

Miro atónito su proceso, lo realiza de una manera mecánica, prácticamente obsesiva. Cuando por fin acaba su trabajo decido acercarme para hablar con el. Antes de comenzar a andar, sin darme cuenta, ya lo tengo enfrente mio. En la cercanía, descubro lo extrañamente parecido que es a mi. Y le pregunto:

-¿Por qué pones las barreras? Así no vendrá ningún tren.

Mirándome fijamente me dice:

- Las barreras son protección. No debes quitarlas. Es peligroso.
- Peligroso ¿Por qué?¿Que hay mas allá que deba temer?
- Eso no lo se, pero es lo mismo que trajo aquí.

Después de decir esto, me da la espalda y se aleja. entonces le grito:

- ¡Abre las barreras! Nunca podre salir de aqui.
- Saldrás cuando lo desees. - Me contesta airado.
- ¿Como? Si no tengo la llave de los candados.

Según acabo la frase, se vuelve y me espeta:

- Eso es mentira. La llave siempre la has tenido tu, desde hace largo tiempo.

Inmediatamente busco en mis bolsillos. Y no encuentro nada. Me aseguro, y tampoco hay nada. Levanto la cabeza para buscar a mi interlocutor, y no había nadie.

martes, 23 de octubre de 2007

El año que solo tuvo otoño.

Si me miras las manos. Veras que tiemblan. Te diré que por el frío. Y sabrás que te miento.

Mírame la palma de las manos. Y veras que no hay lineas. Me las quito un ladrón, un ladrón de tiempo.

Ahora mírame a los ojos. Veras que los cierro, pensaras que no te miro, y sin embargo te observo.

Pensaras que estoy lejos, y aun así tengo un espacio que te resulta molesto. Porque aunque me aparte, se que estoy en medio. Porque aunque me vaya, siempre me encuentro volviendo.

Esto me sucede en el año sin verano, ni invierno. En el año donde donde todo se tiño del marrón de la hojarasca, del gris del cielo. Allá donde los arboles sienten frió, por las hojas que perdieron. Allí me encuentro. Esperando a que reviente la primavera que llevo dentro.

Pronto pasara este año sin verano, ni invierno.

martes, 9 de octubre de 2007

Ciudad calor.

Me contaron una vez de una ciudad cuyos habitantes prácticamente carecían de sentidos. Ni veían, ni olían, ni por supuesto oían. Dependían absolutamente del tacto para comunicarse.

La vida era complicada en esta ciudad. Comprended lo difícil que es saber que una cosa es bonita solo por el tacto. Sin embargo la evolución les guardo una preciosa forma de comunicación: El calor.

Ante la ausencia de información era de necesidad imperiosa hallar alguna forma para discernir entre lo inerte y lo vivo, y ellos aprendieron a entender el calor. Al principio fue complicado diferenciar las piedras calientes por el sol, de las personas.

Pero solo era cuestión de tiempo, y una vez adquirida la habilidad fue sencillo comprender cual era la procedencia de cada sensación. Con ello ademas descubrieron que no había posibilidad de mentira.

Así aprendieron a alejarse del fuego de la ira. A reconocer a los amigos por la llama de sus manos. A disfrutar del agradable calentamiento de una chaqueta prestada. Al calmo bochorno que produce el beso de una madre. A diferenciar entre el calor del corazón, del calor que no es del corazón.

Me pregunto que encontraría en nosotros un habitante de esta ciudad tan especial. La verdad, no tengo ni idea de lo que encontraría en mi.

Me parece que buscare en el mapa el lugar donde se esconde este lugar, así que me enseñen a diferenciar entre lo que es calor, y lo que es el frió mas absoluto que nadie ha conocido.